sábado, 22 de abril de 2017

AFABILIDAD E INTELIGENCIA EMOCIONAL


EFICACIA DE LA AFABILIDAD EN LA TAREA DOCENTE

Cada profesor es diferente, pero aquel que está atento a las emociones y sentimientos de sus estudiantes, que da signos de valorarlos, que demuestra su estima y posee la cualidad de la amabilidad y la atención, además de confianza, tolerancia y sociabilidad; decimos es un profesor afable, pues pone de manifiesto uno de los sentimientos más valorados por los estudiantes. Un profesor afable siente que no hay nada tan recompensante como hacer que sus estudiantes se den cuenta de que son valiosas en este mundo (cf Bob Anderson).


La afabilidad, el agrado, la dulzura suponen la preocupación por el otro, sea quien sea, y el respeto solidario con él. Es, como solemos llamarlo ahora con otra palabra, la empatía. Y ésta es la manera de conectar con el otro, a un nivel más profundo, más allá de lo superficial y tangencial, y de tratar de responder a lo que necesita. Y esta virtud en el maestro acorta las distancias protocolares, abre las puertas para que sus estudiantes se acerquen, ayuda a una convivencia armónica (Definicion ABC).

«El hombre amable se distingue por su temple apacible y por la suavidad de sus modales; el afable por su llaneza, por su disposición a escuchar a todos. El amable lo es en su conducta; el afable lo es en su trato. Por lo común, se aplica el adjetivo afable al hombre de elevada jerarquía que no se desdeña de hablar con sus inferiores. De Federico II se cuenta que era amable con sus amigos y poco afable con sus súbditos» (José Joaquín de Mora).

Son estas actitudes positivas que hacen un profesor benevolente (que “quiere bien”) y benefactor (que “hace bien”) con sus estudiantes, con sus padres de familia, con sus colegas, con los cercanos y con las personas desconocidas. Un profesor afable provoca y hace que la gente le quiera y le respete; porque quien es afable es el que da el primer paso en este sentido, respetando y queriendo a los demás. ¿Vocación o formación? La Educación emocional docente, es el factor clave para la mejora de la convivencia en el aula y en el centro educativo, y para desarrollar esta virtud de la afabilidad en el aula.  Dice Daniel Goleman: "Las lecciones emocionales, incluso los hábitos más profundamente incorporados del corazón, aprendidos en la infancia, pueden transformarse. El aprendizaje emocional dura toda la vida", y empieza en el interior del maestro.

La Inteligencia Emocional entendida como la capacidad que tiene una persona de manejar, entender, seleccionar y trabajar sus emociones y las de los demás con eficiencia y generando resultados positivos (Álvaro Tineo); reviste, claramente, una importancia muy especial en la tarea docente, por lo que debe tener un lugar y un tiempo para “educarla” y para evaluarla durante todo el proceso de formación inicial y en el desempeño laboral. Sólo si el educador tiene la habilidad para gestionar bien sus emociones, podrá ayudar a que sus alumnos desarrollen su Inteligencia Emocional. Y ese proceso creará y potenciará un "respeto mutuo" de las propias sensaciones", y facilitará un ambiente positivo para el aprendizaje. Esto supone saber cómo nos sentimos y ser capaces de comunicar abiertamente nuestras sensaciones. Antes que intentar ser comprendido, el docente tiene que procurar comprender. Debe mostrarse comprensivo y empático y debe enseñar y modelar esas características tan preciadas de la interacción humana (cf Inteligencia emocional en el trabajo docente, sites.google.com).

“Si pensamos detenidamente en la trascendencia de nuestras emociones en nuestra vida diaria nos daremos cuenta rápidamente que son muchas las ocasiones en que éstas influyen decisivamente en nuestra vida, aunque no nos demos cuenta” (Bertrand Regader, Psicología y Mente). Una de las claves de la Inteligencia Emocional, es saber relacionarse con aquellas personas que nos resultan simpáticas o cercanas, pero también con personas que no nos sugieran muy buenas vibraciones. Y las expresiones del manejo de las emociones, son la sencillez por la que no se hace distinción entre las personas por su condición; la solidaridad por tomar en las propias manos los problemas ajenos haciéndolos propios; la comprensión, los buenos modales, el ponerse en el lugar de otros, consideración por los demás, respeto y atención a la exposición de sus interlocutores, dispuesto a la ayuda desinteresada y gratuita.

También será bueno tener en cuenta, entre otras cosas, nuestros bloqueos afectivos y emocionales con determinadas personas (dentro o fuera de la escuela), en algunas circunstancias. Esos bloqueos que se concretan y visibilizan de mil y una maneras diferentes, en acritudes, arrebatos, asperezas, durezas, enfados, rigideces, silencios, … seguramente, antes y ahora, en el pasado y en el presente, nos hace reconocer y agradecer a aquellas personas que nos han tenido estima, que nos han mostrado afecto, de manera gratuita, desinteresada, es decir, sin otra intención o interés que nosotros mismos. ¿Cómo superar esos obstáculos emocionales? El diálogo y el acompañamiento personal, son lo más recomendable para todo docente, que se valore como maestro por vocación y de corazón.

La afabilidad ejercitada diariamente por un maestro, que conduce a sus discípulos hasta la puerta de la Sabiduría (dicen los orientales), le convence que “la ternura y la bondad no son signos de debilidad y desesperación, sino manifestaciones de fuerza y resolución” (Khalil Gibran); y que, además le permite tomar las decisiones correctas en las situaciones más difíciles, propias de un profesor sabio (cf Plotino).

Y Usted, por ejemplo, ¿qué entiende por afabilidad en la vida escolar? ¿Recuerda alguna experiencia positiva de alguien que haya sido o esté siendo afable con Usted?

Trujillo, 22 de abril del 2017
J. Antonio Mansen Bellina, cmf

FUENTE:PARTE TOMADA DE CLARET HOY, MEDITACIÓN DIARIA (20/04/2017)

viernes, 14 de abril de 2017

ROL DEL PROFESOR EN LA ENSEÑANZA Y EL APRENDIZAJE


LA ENSEÑANZA Y EL APRENDIZAJE TIENEN QUE ENCONTRARSE CON LA UTOPÍA QUE ABRE AL FUTURO


 “Educar, no es solamente transmitir conocimientos, contenidos, sino que implica otras dimensiones. Transmitir contenidos, hábitos y valoraciones, los tres juntos” (Papa Francisco, 28/02/2014)




La enseñanza es el delinear una propuesta que los niños no sepan resolver directamente, pero que estén en condiciones de hacerlo aplicando y traduciendo conocimientos, probando, ensayando, investigando, imitando, reflexionando solos o en conjunto sobre ella. Enseñar, ya no es más el que aprendan a repetir y/o memorizar, sino el favorecer la participación activa de los estudiantes, encendiendo en ellos su curiosidad, generando la motivación a ensanchar sus capacidades cognitivas y mentales, (desde la realidad en que cada estudiante es diferente al otro) y estimulando el trabajo colaborativo. Esta ruta pedagógica deja claramente determinado que ninguna teoría del aprendizaje debe subestimar el valor de los contenidos del aprendizaje.

Los profesores muestran lo que saben y cómo lo aprendieron, dando pistas, señalando direcciones de trabajo, enseñando cómo utilizar los errores y apoyando siempre la integración de conocimientos a través de una continua reedición de los mismos; además, debe ser cuidadoso por estar al día en su formación pedagógica, preparados para manejar los últimos avances didácticos y tener la habilidad de seleccionar y proponer a la consideración de los alumnos, los elementos esenciales del patrimonio cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes cuestiones que la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el riesgo de una enseñanza de mirar y subrayar el texto, de tomar apuntes, de cumplir un plan de estudios, orientada a aprender sólo lo que hoy se considera útil, porque lo requiere una circunstancial demanda económica o social, pero que se olvida de lo que es para la persona humana indispensable.

La enseñanza y el aprendizaje representan los dos términos de una relación que no es sólo entre un objeto de estudio y una mente que aprende, sino entre personas. La educación ha sido, es y debe ser siempre “humanizante”. La relación entre el profesor y el estudiante no puede basarse en relaciones sólo técnicas y profesionales, más bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto y cordialidad. El aprendizaje realizado en un entorno de competencia, de memorismo, de individualismo, de antagonismo, de búsqueda de éxito personal, de soberbia, o de frialdad recíproca, sin desarrollo del razonamiento y fortalecimiento del discernimiento; es muy diferente al que se realiza en un contexto donde los sujetos perciben un sentido de pertenencia. El profesor es el primer artífice para humanizar el aprendizaje, de orientar el aprendizaje hacia el saber sobre el sentido y la finalidad.

El Congreso Mundial "Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva", nos recuerda que el aprendizaje no es sólo asimilación de contenidos, sino oportunidad de auto-educación, de compromiso por el propio perfeccionamiento y por el bien común, de desarrollo de la creatividad, de deseo de ilustración continua, de apertura hacia los demás. Sea cual sea el método o la teoría de aprendizaje que se use, sean los medios precarios o de última generación tecnológica que se utilice para el “cómo” aprender, no se debe olvidar que el cimiento básico de todo aprendizaje es el “qué” se aprende.

En el corazón de los cambios del mundo, los profesores (con los padres de familia) tienen que enseñar a los niños y jóvenes a aprender en ese tejido social en que se encuentra metida esta nueva generación de niños y jóvenes, familiarizados (desde muy pequeños) en el uso de nuevas tecnologías que facilitan o perjudican la comunicación y la distracción, de la globalización que envuelve y enlaza a todos los hombres en tiempo real y de las nuevas propuestas de prosperidad o éxito, y que, en no pocas ocasiones, “ponen desafíos nuevos que a veces hasta son difíciles de comprender” (Idem, 04/01/2014), tanto para los padres como para los profesores.


Hoy el profesor tiene muchos itinerarios para manejar las diversas teorías del aprendizaje, pero la formación integral no sólo requiere conocer las teorías del aprendizaje y saber enseñar conocimientos, sino también la habilidad y destreza para el manejo diligente de la pedagogía precisa (metodología y técnica) que se aplica a la enseñanza, con el objetivo que los estudiantes descubran la importancia de lo que aprenden y el sentido de esos conocimientos contextualizados que motiven su interés y su esfuerzo. Interrogarse a sí mismo: “esto que yo sé y enseño ¿cómo echa sus raíces en la realidad del hombre y, por lo tanto, ¿cómo puede contribuir a un conocimiento cabal de lo que el hombre es?” (Abilio de Gregorio). La enseñanza y el aprendizaje tienen que encontrarse con la tensión que viven los niños y jóvenes, entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que los abre al futuro como causa final que atrae (EG 223); pero lejos de la ansiedad y la prisa tecnológica, formando para la capacidad de esperar, a fin de no aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la vida (cf AL 275).

El Papa Francisco nos dice que “la utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado, y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y ahí sí la utopía va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido; […] Entonces, la emergencia educativa ya tiene un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía” (idem, 28/02/2014).

La educación tiene que ser necesariamente integral, inclusiva, clara en sus valores morales, éticos, estéticos y espirituales, con el acompañamiento de los educadores en todo el proceso de enseñanza - aprendizaje de los conocimientos; y en el descubrimiento de la libertad personal, que desarrolla la importancia del compromiso y la responsabilidad para hacer nacer nuevas esperanzas para hoy y el futuro. Concordamos en que las tecnologías nunca reemplazarán a los profesores en la educación de las personas, quienes (por vocación) son responsables de realizar con gusto y compromiso esa tarea. Si queremos evitar un progresivo empobrecimiento de la educación, necesitamos profesores impregnados de valores trascendentes, moldeados por la pedagogía, unidos en un proyecto educativo humanizante, y no sometidos a la seducción de lo que está de moda, de lo que viene, por así decir, vendido mejor.

La formación de los profesores, para que sepan ser puente entre la enseñanza y el aprendizaje, y sepan orientar las utopías de los jóvenes, debe estar siempre orientada por el esclarecimiento de un perfil profesional y, por tanto, debe responder, sin medias verdades, a la pregunta: ¿Qué significa ser profesor? ¿Qué significa ser un referente en la escuela? ¿Cuáles son las competencias que deben caracterizar su profesionalidad?

Este nuevo profesor, que enseña para que aprendan (con los rasgos esbozados), está un poco lejano del perfil del profesor de un pasado cercano o lejano (según se hayan logrado consolidar las reformas) ... porque, sin dejar de hacer esas tareas, el profesor que exige el mundo de hoy, debe de ser (por vocación y por claro testimonio) quien adapte a su realidad:

  1. la estructura educativa de transmitir contenidos, hábitos y valoraciones,
  2. la utopía del joven y armonizarla con la memoria y el discernimiento, y
  3. favorecer la formación de agentes eficaces, que destierren la cultura del descarte como uno de los fenómenos más graves.

¿Sueño o utopía?: “¡Escuchar el grito de los hombres y de la tierra! ¡No es utopía es responsabilidad de todos!” (ídem 26/11/2015).

Arequipa, 14/04/2017
J. Antonio Mansen Bellina, cmf

FUENTES:
es.scribd.com
SANTA SEDE: www.vatican.va.